Gracias a los procesos, entre el principio y el final siempre hay una gran diferencia
Por Lina Cristiano
Por Lina Cristiano
La orientación hacia la meta ó el resultado, muchas veces nos hace pasar por alto, lo que quizás sea el corazón del asunto en desarrollo: el proceso.
Las enseñanzas budistas, tibetanas y el zen conocen muy bien de esto, sin embargo, en la cultura occidental, el proceso es a menudo considerado como una serie de obstáculos a vencer para poder llegar a una meta.
Todo en esta vida conlleva un proceso, tiene su ritmo, tiene su propia danza, desde la gestación hasta el nacimiento, desde la concepción hasta la realización. Y luego, se inicia nuevamente otro proceso, y otro, y otro. La naturaleza es nuestro mejor ejemplo: cada semilla danza SU propio proceso desde su siembra hasta su germinación y florecimiento, y luego, brotarán nuevas semillas, y otro proceso se inicia, se desarrolla, se realiza, y así, continúa ad infinitum.
Hemos oído tanto hablar acerca de vivir aquí y ahora, de centrarnos en el presente, y cómo nos cuesta a veces deshacernos de ese hábito de considerar el proceso como una demora, e inclusive como un obstáculo, un hábito que nos mantiene proyectados hacia el futuro, hacia una meta, mientras nos perdemos la infinidad de detalles que nos permiten llegar a ella, nos perdemos ese espacio creativo, intermedio, incierto, entre el principio y el final, en el que se va desarrollando y moldeando de manera progresiva, y a veces hasta mágica, una realización, un resultado, nos perdemos ese espacio en el que se despliega y florece la vida, con su propia danza, a su ritmo, no al nuestro, ni al de nuestras imposiciones, exigencias ó expectativas.
Vivimos en una cultura que promueve la inmediatez, donde la paciencia, la confianza y la fé a lo largo del proceso pueden convertirse en todo un desafío. Comida rápida, procedimiento corto, tratamiento instantáneo, en ocasiones atropelladamente y hasta con desesperación se emprende una carrera desenfrenada por alcanzar la meta, se persigue fantasiosamente, aquello de “chasqueando los dedos” y listo!!!. Los criterios de eficiencia y efectividad han sido a menudo sacados de contexto, y llevados al extremo de la irracionalidad y la anti-natura.
Hay un antes y un después debido a un proceso implícito, que de no desplegarse, el después, no sería posible. En la existencia, el cambio es una norma sin excepciones, y es ese cambio el que va conduciendo un antes a un después.
El corazón de la vida, en su incesante movimiento, contiene en sí mismo el impulso vital hacia el crecimiento, el avance y la realización, desarrollándose en un proceso tras otro, incesantemente. Hay un ajuste espiritual, una suprema sabiduría implícita en cada proceso, que trasciende nuestro particular discernimiento, que crea las condiciones necesarias y oportunas para abrirse camino hacia el próximo paso, siempre avanzando, danzando hacia su realización.
Esa es la naturaleza de las cosas, de todo cuanto nos rodea. Cada paso cuenta, cada etapa cuenta, partes necesarias y determinantes de cada proceso en plena actividad creativa, ese espacio en el que ese impulso vital va dando forma y cobrando sentido a medida que se desarrolla.
Necesitamos reconocer el proceso como el espacio creativo donde el impulso de la vida se desenvuelve y se expresa de manera creciente. También necesitamos desarrollar la confianza, la perseverancia, la fé, y esa paciencia que refiere el Curso de Milagros (Texto VI. 12): “Ahora debes aprender que la paciencia infinita produce resultados inmediatos. La paciencia infinita recurre al amor infinito, y al producir resultados ahora hace que el tiempo se haga innecesario”…..Porque simplemente aceptamos y nos rendimos ante el hecho de que: “El tiempo de Dios es perfecto, y el tiempo de Dios es el Ahora”.
Lina Cristiano
Psicoterapeuta/Coach de Vida